Las
emociones son como los “testigos” de un coche. Y, sin embargo, las desechamos
cuando en realidad, vienen a contarnos algo porque son como una bombilla que nos
advierte para que paremos y abordemos lo que está pasando.
El miedo
nos avisa de que, para esa situación, carecemos de recursos. La respuesta
emocionalmente responsable es preguntarse: ¿qué necesito?, y ponerse a buscar
esos recursos.
La alegría
nos informa de que hemos logrado algo. Hazte una “hucha de logros” y ábrela cuando
estés triste porque en ella tendrás un capital emocional, particular y
consciente que te recompensará de tu malestar en ese momento.
La tristeza
nos ayuda a identificar qué es lo que hemos perdido. Cuando está es para
preguntarnos: ¿qué he perdido? A diferencia del miedo, nos permite vivir, nos
acompaña para que vivamos el duelo de nuestra pérdida. Cuando ese duelo
termina, la tristeza se desvanece.
El enfado
es la más seductora de las emociones. Cuando aflora, no solo nos informa de
lo que no nos gusta, sino que hace que nos convirtamos en enfado. Y entonces,
es el enfado el que se relaciona con los demás, no nosotros. Esta emoción es la
encargada de poner límites.
El asco
es una emoción muy interesante porque nos habla del rechazo; es decir, nos
avisa de que estamos ante un conflicto de valores.
La sorpresa,
es la encargada de presentarnos a la emoción que viene detrás de ella, que
es a la que verdaderamente prestaremos atención.
Cuando
estas emociones básicas (clasificación de Paul Ekman) alcanzan una alta
intensidad, surge lo que se denomina, la carga emocional; pero de ella
te hablaré en el siguiente artículo. Antes de despedirme, recuerda que las
emociones gobiernan nuestras vidas y, por tanto, nuestro destino.
“Estamos
tristes porque lloramos, asustados porque temblamos, felices porque reímos” William
James
Eva Sánchez (Proyecto e-mola)
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